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sábado, 27 de agosto de 2011

Otra creación mía...


Érase que se era un país fantástico y delirante en el cual una niña, literalmente, cayó. 
Pero los habitantes de tan extraño lugar ya estaban mucho antes. Y entre ellos había un hadita, si es que se la podía llamar así, sin alas y con su estatura media. Pero bueno, allí todos estaban un poco locos, ¿no? ¡Y no habría de ser ella una excepción!
Se comentaba que era hija de una zarza y un pajarillo en ella atrapado. Había quien veía en ello una explicación para la actitud en ocasiones tan desconfiada del hadita, ¡tal vez creyese que todos pinchaban como su padre!
La hadita disfrutaba siguiendo mariposas y luciérnagas. Sí, siguiéndolas, no cazándolas, pues ella prefería esperar a que fuesen ellas quienes se quedasen a su lado sin redes ni botes de cristal de por medio. ¡Y con el tiempo lo logró!
Pero no quedó ahí satisfecha. Como suele suceder, cuando alcanzamos un sueño enseguida surge uno nuevo. Porque, ¡cuán aburrida sería la vida sin desear algo! No es capricho ni avaricia, es, sencillamente, necesidad. ¡No habría nada sin el deseo de alcanzar algo! Y desear algo nuevo no significa despreciar lo que ya se ha logrado, eso sería de necios y estúpidos, y el hadita sería una loca, ¡pero no una necia ni una estúpida!
Y así fue como el hadita se encaprichó de una criatura con el encanto del niño, la picardía del zorro y el enigma del gato. ¡Ay! Capricho tal vez no fuese la palabra adecuada, pero otra mejor se le quedaba en la garganta. ¡Era una palabra tímida y temerosa! Como siempre más fácil de escribir que de decir. Pero para alguien conformado por las palabras de una historia, ¡hasta lo último era ardua tarea!
Además, la palabra no era la única tímida y temerosa, por mucho que la hadita se esforzase por fingir lo contrario.
¡Ay! Ni la mismísima Reina de Corazones, que en esos tiempos estaba sin casar y aun no había descubierto su vocación de rebanadora de cabezas (de hecho, al hadita incluso le caían bien ella y su corte, ¡estaban todos tan locos!), había sido capaz de resistir los encantos de aquella criatura.
Aunque, lejos de rehuir la compañía del hadita, ¡la criatura incluso había asegurado corresponderla!, la hadita no podía dejar de temer cometer un error que pudiese ahuyentarlo. No hay que olvidar que tenía el enigma del gato, al igual que el encanto del niño y la picardía del zorro, ¡y le gustaba tal cual, sin cambiarle nada!
Y es que, y aunque no es intención de esta narradora entrar en tópicos, lo cierto es que con solo una palabra o un roce que dirigiese hacia ella, el hadita sentía que todo temor era absurdo. Pero era de esperar que también ella pusiese de su parte, ¡a veces las cosas hay que pedirlas! No con palabras, por supuesto, sería más bien como llevar la iniciativa. ¡Y ella lo intentaba! O al menos eso creía, vete a saber, era tan terrible a la hora de expresarse. 
Y es que es tan aterradora la certeza de que alguien tiene tanto poder sobre una. ¡Pero no olvidemos que la hadita estaba loca! Así que en vez de huir como dicta la lógica ante una situación que inspira terror, allí seguía ella. Y lo cierto es que ni se planteaba el huir, ¡estaba loca pero no era tonta! Y de tontos habría sido también huir de algo que da miedo porque resulta nuevo y desconocido, que al fin y al cabo en el fondo era lo que le ocurría al hadita. Nuevo y desconocido nunca han sido sinónimo de malo, por mucha gente que así insista en creerlo, y la hadita encontraba valor en aquella certeza pues...
-¡Bueno, vale ya so cursi!
¡Uy! ¡Lo que me ha dicho¡
-Sí, sí, te lo he dicho. ¿Se puede saber quién te da permiso para ir por ahí contando la vida de otra?
Pero... Pero... ¡Soy la narradora!
-Pues otra historia, ¡cómo si no hubiese más que la mía!
Pero... Pero... ¡No puedes decirme eso! ¡Soy la narradora!
-Sí, y una pésima con una afición terrible por las exclamaciones.
¡Ja! Lo que pasa es que te molesta porque sabes que lo que he dicho es la verdad. 
-Quizás, pero eso a nadie le importa. Y seguro que más de uno me agradece que te haga terminar, porque desde luego, cuando te pasas la noche dándole vueltas a la cabeza luego sueltas cada parrafada que...
Oh, vamos, si te estoy haciendo un favor. Tú no te atreves a decirlo en voz alta, así que ya lo hago yo por tí. ¡Y me lo agradeces estropeándome el final de esta manera!
Ey, ¿qué haces con esa piedra? ¡Muy violenta te veo para ser un hadita! ¡Vale, vale! Ya termino la historia.
Y he aquí la conclusión de una historia inacabada. Aunque claro, en el fondo ninguna historia tiene final hasta que la guadaña toca a sus personajes, lo que pasa es que no siempre nos cuentan toda la historia, solo una parte pues... ¡Vale, vale! ¡Ya paro!

2 comentarios:

Unknown dijo...

Qué bonito cuento!!! Me ha encantado ^^
Al final está muy gracioso y al principio me sentí muy identificada con el hadita :)

Besos linda!

Cat dijo...

Gracias, me alegra muchísimo que te haya gustado ^.^
Siempre es un placer saber que cuando alguien lee lo que escribes le puede gustar e incluso hacerle sentirse identificado :)