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miércoles, 26 de septiembre de 2012

Pimienta y canela. Paciencia y respeto.

Agh... Exasperada era una palabra muy pobre para describir cómo se sentía... Ella entendía la palabra respeto, y ciertamente, la respetaba. Pero había momentos en que era... cómo decirlo, complicado recordar que debía respeto a según que especímenes humanos. Sobre todo a aquellos con más de medio siglo de vida que actuaban peor que un niño de cinco años malcriado. Sí, sí, una expresión muy repetida la de "ser peor que un crío". Pero, ¿de veras esperaban que mirase con respeto a alguien a quien, porque le decías que la calabaza que había traído a casa no era la adecuada para hacer dulce de cabello de ángel, se ponía a gritar que no tenías razón, habría dicha calabaza, veía que tú tenías razón, y su conclusión no era otra que prohibirte cocinar la calabaza, llamarte con los insultos más vulgares y menos originales que se le podían ocurrir, y decir que iba a tirar la calabaza a la basura? Y todo por qué, ¿por que tú tenías razón y él no? ¿Porque no quería admitirlo? ¿Porque con la calabaza que había traído no se hacía cabello de ángel? 
Vale, este era uno de esos momentos en la vida en la que a una le entraban ganas de romper algo o pegar a alguien. Pero ese tipo de reacciones siempre le habían parecido absurdas. Sí, vale, a veces se le caldeaba la sangre y terminaba a gritos, pero jamás levantaba la mano. Para ella, la simple acción de levantar la mano con intención de herir a alguien era aberrante. Tenía sus buenas razones para pensar así, como para muchas de las otras "normas" que había impuesto en su vida. Y, sin lugar a dudas, el espécimen humano de más de cincuenta años que resollaba en el sofá tras gastar todo su aliento, y tal vez más de la mitad de las palabras que albergaba en su vocabulario (ninguna para sentirse orgulloso), era el origen de más de la mitad de sus "normas" de cosas que debía evitar hacer. Tal vez debiese estarle agradecida por ello...
Pero en fin, incluso ese espécimen quincuagenario y mal hablado debía ser objeto de su respeto y, por extensión, no debía rebajarse a devolverle los gritos ni las palabras desagradables.
Desde luego, era una prueba de paciencia más que de respeto. A veces le sorprendía cuánta paciencia podía mostrar en unas situaciones mientras que en otras pronto sentía la sangre subírsele a la cabeza, si bien pocas veces hacía caso a los susurros del enfado que pedía insistente el ser desatado.
Respirar hondo, contar hasta diez... y esas cosas que a decir verdad distraían más que calmaban.
Ah... Paciencia y respeto, eran ingredientes caros y difíciles de conseguir, como lo fueran la pimienta y la canela en siglos pasados, pero igualmente deliciosos si sabías administrarlos bien sobre las comidas. Incluso la comida más difícil de tragar podía volverse pasable cuando la aderezabas adecuadamente. 
Sí... Seguiría añadiendo esas pequeñas especias a su vida, tragaría las situaciones molestas y no permitiría que le indigestasen el día.



1 comentario:

ketne dijo...

No queda de otra que aguantar, más si ya no tiene remedio, la paciencia es la única salida. El pensar que si no ahora, más adelante todo lo aprendido y lo mal que lo hayas podido pasar te hará fuerte en un futuro.

Las malas experiencias han de servir para aprender de ellas y no para hundirnos ni para regodearnos en ellas. Así que lo que haces, la reflexión es muy acertada. Algo bueno has sacado de ello: el cómo no se debe ser, qué evitar.

¡Un beso! Y si necesitas algo ya sabes, llámame :)